«Once
de diciembre de 2013. Tres en punto post merídiem. Podrían ser las diez de la
mañana o las ocho de la tarde. Podría ser hoy o cualquier otro día de estos dos
últimos años. Jornada laboral completa. Demasiado, quizá. Fines de semana
incluidos. Un gorro escondiéndole el pelo y las orejas. Un guante refugiando su
mano izquierda, la misma que sostiene un vaso de cartón erosionado por la
calle. Su mano derecha, gesticula pidiendo ayuda a la par que marca el límite
de la indiferencia. Sus piernas, recogidas y refugiadas bajo una oscura, raída
y pequeña manta de las que te encuentras tirada en cualquier contenedor. El
torso resguardado bajo un abrigo de los que se vendían en las tiendas allá por
los años ochenta, hace ya tres décadas. Él, sentado sobre una caja de cartón lo
suficientemente grande para ocuparla entera, ignora la publicidad que hace a la
marca de tabaco a la que ésta pertenece. Su casa: el suelo de la calle
Princesa. Su sueldo: menos de una decena de euros al día. O, al menos, eso
grita a voces el vasito que le acompaña hasta más allá del crepúsculo. Los
coches se escapan de su vista, pero los viandantes no. Para ellos, quien escapa
a sus ojos, es Él, como si una capa de invisibilidad cubriera su figura, su
necesidad, sus gestos y sus palabras entre una voz ahogada por el ruido de una
de las calles más transitadas de Madrid. Unas baldosas antes, un quiosco le
acompaña. La prensa le mira indiferente, paradójicamente, mostrando una
realidad en la que Él no aparece. Quizá sea por eso que sólo algunos ojos
parecen verle, escucharle, sentirle o empatizar con Él. Quizá sea por eso por
lo que decide sentarse ahí, desafiando la
realidad que la prensa escrita se empeña en hacernos llegar. Quizá sea por
eso por lo que decida sentarse en una calle como ésta, rodeada de tiendas de
las grandes multinacionales en las que no puede entrar. Rodeado de cadenas de
ropa y comida que no se puede permitir. Enseñándole al mundo que, la calle
Princesa, la realidad, no es como los quioscos, las tiendas, las luces de
navidad o el centro comercial de calles más abajo muestran. Ahí, sentado, ve
minuciosamente como el resto de personas pasan. Con la mirada esperanzada de
quien no ha llegado aún a la mitad de su vida, con algún bocadillo, si hay
suerte, en la mano izquierda, con el cuerpo entumecido por el gris y frío suelo
y con un «gracias» preparado en
los labios para todo aquel humano dispuesto a tenderle la mano».
Tanto la imagen como la descripción (omnisciente) son autoría propia, parte de un trabajo académico que quería compartir con todxs vosotrxs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias,