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Trece mujeres impares. Literalmente.
A ellas, por cierto, podríamos añadir a Antonia Torres, fusilada casi medio año antes. Mujeres, con oficio «de mujeres» y un compromiso «de hombres».
Como ellas, muchxs compañerxs –o no- habían muerto como consecuencia del Golpe Franquista. Junto a ellas, el 5 de agosto de 1939 caían fusilados otros 43 hombres en el paredón de la Almudena. En total, fueron 56 las penas de muerte. Al igual que ellas, entre los más de cuarenta hombres también habría menores, inocentes e, incluso, católicos.
Las mujeres que en un primer momento se veían señaladas como culpables del Bienio Conservador de la Segunda República Española, se convertían ahora en hitos históricos de la rebelión antifranquista. La mujer volvía a ser ahora fuente de simbolismo, esta vez con el positivo tono de abanderadas de la izquierda: todos los avances de la República Española caían conforme morían cada una de ellas.
Sin embargo, no hay que olvidar que la historia de Las Trece Rosas sólo es una de las miles que convivieron en la cárcel de las Ventas, en Madrid o en la España del 39. Historias que no sólo mujeres –y no sólo Las Trece- protagonizaban. No olvidemos que ellas fueron reales; hoy, son un simbolismo. No olvidemos sus nombres, pero tampoco olvidemos que detrás de ellos, hay cantidad de anónimxs que podrían caer en el olvido.
Está muy bien que quede claro que la represión ejercida afectó a más mujeres, que las 13 rosas son un caso, un símbolo o ejemplo muy bueno, pero que son solo la punta de lanza de un proceso aún más complejo y lleno de víctimas.
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