Fotografía: Elena Mora Navas
Gian
Lorenzo Bernini tenía mi edad cuando
«realizó para un prelado español residente en Roma, Pedro de Foix Montoya, su
primer encargo documentado: dos expresivas cabezas conservadas hoy en la
Empajada de España ante la Santa Sede en Roma: el Anima beata […] y el Anima
Dannata». Por aquel entonces, allá por el siglo XVII, el arte era
sinónimo de poder. Y, en gran cantidad de ocasiones, ese poder se ceñía única y
exclusivamente a la diplomacia y a los cargos políticos más altos de cualquier
país. Así, el arte del italiano llegaba hasta uno de los status más relevantes de nuestro país.
Hoy,
la angustia del Anima Dannata (reflejada en el folleto de la imagen) y la paz del Anima Beata siguen siendo motivo de admiración, pero esta vez de
todo el público. Esta vez, el poder es de todos. Gracias a la exposición del Museo Nacional del Prado, uno puede
saborear la escultura y trabajo de un joven italiano que se dedicó a todas las
ramas del arte: escultura, dibujo, pintura y arquitectura. Sin embargo, cuando
uno llega, ansioso, a la sala C del Edificio Jerónimos del conocido museo, se
encuentra con una escasa colección de reliquias que, a comparación del resto de
colecciones, sabe a poco; poquísimo. Las protagonistas, sin duda, más poderosas
de esta breve muestra son las ya citadas Animas, reinas desde el primer momento
de toda atención. Es entonces cuando uno
entiende que todo ha valido la pena, que ahora el poder lo tiene él y no aquel
tal Pedro de Foix Montoya, aunque quizá no sea diplomático y sólo sea un
observador más entre un millón.
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